capitulo 2
debía transcurrir un poco más lento. Al final de la calle, surgida de entre tejados de
pizarra blanca, se alzaba portentosa la montaña que cubría todo el lugar con su
inconmensurable presencia. La montaña siempre le había proporcionado el efecto
de protección, de cobijo, enormes brazos que resguardan de un cielo infinito lleno
de incógnitas e imponderables. Recogió la maleta y se encaminó hacia la posada;
estaba hambriento y no pensaba guardar dieta, durante estos días no iba a
respetar ningún régimen.
La recepción tenía un aspecto bastante descuidado, no sucio, pero muy
desordenado. La dueña de la posada le acompañó a su habitación. Había que
subir una angosta escalera repleta de cuadros de dudoso gusto que todavía
dificultaban más el acceso. Temió que la habitación no reuniera las mínimas
exigencias que él esperaba, pero se equivocó: el cuarto era una antigua buhardilla
con el techo cubierto de vigas de madera restauradas y pintadas de color marrón a
juego con la tonalidad melocotón de las paredes; una de las dos ventanas estaba
en la pared baja de la estancia y daba a la calle, la otra era bastante grande y sus
vistas dejaron casi sin respiración a Mike: toda la amplitud de la montaña y del
valle se podía divisar desde allí; al lado, muy a propósito, había un sencillo banco
cubierto de unos confortables cojines; la cama de bronce, ya un poco verde, era
una maravilla, alta y mullida con una colcha de colores chillones, repleta de
almohadones y una pequeña manta de punto a los pies; dos mesillas antiguas con
unas lamparillas estilo art déco y un mínimo escritorio; el armario casi tan grande
como la montaña era de una sola puerta con luna, al abrirlo, un agradable olor a
flores silvestres le dio la bienvenida; un radiador de hierro colado calentaba la
pieza. Sí, se iba a sentir a gusto. El baño se encontraba al final del pasillo, todo
remozado y muy limpio, sencillo y práctico, sólo unas cenefas le proporcionaban
unos alegres toques de color. Preguntó a la dueña si podía comer algo y ésta le
contestó, muy amablemente, que bajara al comedor que le serviría.
Era un comedor reducido en el que únicamente cabían cuatro mesas presidido por
un desmesurado hogar donde un buen fuego caldeaba el ambiente. Estaba solo,
así que eligió la mesa que daba a la ventana para poder ver la calle mientras
comía. La carta consistía en un escueto menú cassolà que parecía ser muy